Ocho meses. Concretamente, doscientos cincuenta días. No es que lo cuente. Aparece parpadeando en la pantalla cada día. Desde mi llegada, tengo mi momento delante de la pantalla. A las 20 horas. Hoy hace justamente doscientos cincuenta días.
A las 20 horas, hora local, contacto con mi gente. Me es imposible antes. A las 19 horas, hora local, alguien a quien todos llaman por aquí el jefe, me retiene. Aún considerando que es tarde, él parece tener todo el poder para hacerlo. En contra de mi voluntad, sigue razonando y hablando acerca de estupideces que sólo a los de aquí parece interesar. En mi sitio no es así.
Aún no entiendo el porqué de este destino. Me tocó a mi, sin más. Aquí todo funciona diferente. Todos van a primera hora a esos sitios llamados curro. Todos parecen odiarlo y sin embargo no salen de sus cubículos hasta que han pasado 12 horas. Eso contando las dos horas para impregnarse las corbatas con aromas variados en los locales donde hacen el menú.
En mi lugar los días también tienen 24 horas. Y sin embargo, a las 16 horas, hora de Göteborg, ya estoy en casa. Mi mujer también. De hecho, ella llega antes, a las 15.30 horas, gracias a las políticas de conciliación que existen en mi sitio. Recoge a la niña antes.
Las echo de menos. Acabo de llegar a mi casa provisional aquí, en este mundo. Estoy cansado, muy cansado. Cinco minutos y hablaré con ellas. A las 20 horas, hora local.
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